La tierra prometida

martes, 17 de enero de 2012

El anillo



El joven se acercó a su maestro y con aire de desánimo le preguntó: ¿Maestro, por qué me siento tan poca cosa que no tengo ánimo ni fuerzas para hacer nada? Todos me dicen que no sirvo, que no hago nada bien, que soy torpe y bastante tonto. ¿Cómo puedo mejorar? ¿Qué puedo hacer para que me valoren más?

El maestro, sin mirarlo, le dijo:
-Cuánto lo siento muchacho, no puedo ayudarte, primero debo resolver mi propio problema. Quizás después... de pronto se detuvo y haciendo una pausa agregó: si quisieras ayudarme tú a mí, podría resolver mi problema con más rapidez y después tal vez pueda ayudarte.

- Encantado maestro, titubeó el joven, pero sintió que otra vez se le tenía en poco y que sus necesidades volvían a ser desatendidas.

-Bien-, dijo el maestro. Se quitó un anillo que llevaba en el dedo pequeño y se lo entregó al muchacho diciéndole: Toma el caballo que está allá afuera, cabalga hasta el mercado y vende este anillo. Necesito hacerlo para pagar una deuda.

Es necesario que obtengas por él la mayor suma posible, pero no aceptes menos de una moneda de oro. Ve y regresa con esa moneda lo más rápido que puedas.

El joven tomó el anillo y partió. Apenas llegó al mercado, empezó a ofrecer el anillo a los mercaderes. Estos lo miraban con algún interés, hasta que el joven decía lo que pretendía por el anillo. Cuando el joven mencionaba la moneda de oro, algunos reían, otros le daban vuelta la cara y sólo un viejito fue tan amable como para tomarse la molestia de explicarle que una moneda de oro era muy valiosa para entregarla a cambio de un anillo.

En el deseo de ayudar, alguien le ofreció una moneda de plata y otra de cobre, pero el joven tenía instrucciones de no aceptar menos de una moneda de oro y rechazó la oferta. Después de ofrecer su joya a toda persona que se cruzaba en el mercado, montó en su caballo y regresó abatido por su fracaso.

¡Cuánto hubiera deseado el joven poder obtener una moneda de oro! Podría entonces habérsela entregado él mismo al maestro para liberarlo de su preocupación y recibir entonces su consejo y ayuda. Pero había sido imposible.

Al entrar en la casa, el Maestro le estaba esperando y el joven le explicó lo ocurrido: Lo siento Maestro, le dijo, no pude conseguir lo que me pediste. Quizás hubiera conseguido dos o tres monedas de plata, pero no he sido capaz de engañar a nadie sobre el verdadero valor del anillo.

-Qué importante lo que dijiste, joven amigo, contestó sonriente el maestro. Lo primero que debemos saber, es el verdadero valor del anillo. Vete a ver al joyero. ¿Quién mejor que él para saberlo? Dile que quieres vender el anillo y pregúntale cuánto te daría por él. Pero no importa lo que ofrezca, no se lo vendas y tráeme de nuevo mi anillo.

El joven llevó el anillo al joyero. Éste lo examinó con su lupa, lo pesó y luego le dijo: Muchacho, dile al maestro, que si lo quiere vender ya, no puedo darle más que 58 monedas de oro por su anillo. ¡58 monedas! exclamó el joven.

-Sí, replicó el joyero, -sé perfectamente que con el tiempo podríamos obtener por él cerca de 70 monedas, pero... si la venta es urgente...

El joven corrió emocionado a la casa del maestro a contarle lo sucedido.

-Siéntate, le dijo el maestro después de escucharlo: Tú eres como este anillo, una joya, valiosa y única. Como tal, sólo puede evaluarte verdaderamente un experto ¿Por qué permites que cualquiera te diga tu valor?

Y diciendo esto, volvió a ponerse el anillo en el dedo pequeño.

“Muchos pretenden decirnos quiénes somos y cuál es nuestro valor como personas, pero sólo quien nos diseñó, sólo nuestro Dios está calificado para hacerlo. Si quieres saber quién eres y cuál es el propósito de tu vida, tienes que preguntarle sólo a Él”

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