La tierra prometida

sábado, 14 de enero de 2012

Matilde hecho poema




El Señor no sólo ha tenido hombres emblemáticos en la enseñanza de su Palabra. Matilde Ortiz Román, ocupa un lugar representativo en el ministerio pentecostal en Puerto Rico, es una mujer que se ganó un lugar preferente en la historia del cristianismo.

Escribir poemasdedicados al cristianismo era una de las tareas más preciadas que realizaba Matilde Ortiz Román en su paso por la vida terrenal. A lo largo de sus 52 años de existencia dedicó por entero cada uno de sus días al Señor desde varias facetas creativas. Probablemente lo suyo fue más que una inspiración divina, un impulso celestial, fue una forma de vivir en Dios y para su grandeza. Nacida en 1914 en Puerto Rico, alcanzó un sitio especial dentro de la fe evangélica luego de una existencia en la que se transformó en una Sierva ideal de Cristo.

Temerosa de Jehová, desde muy niña, Ortiz Román seguía con ahínco la religión que le fue inculcada por sus padres, quienes profesaban el catolicismo, e hizo cada uno de los ritos de este credo. Sin embargo, todo cambió para ella, una apasionada de lectura, cuando a la edad de 12 años conoció, en un viaje familiar, a su tía Lina Ortiz de Ortiz, una mujer de fe. Ella, cariñosa y cristiana, fue responsable de la salvación de Matilde de una forma muy particular que la ya extinta hermana Ortiz recordó alguna vez de esta forma: “al regresar a mi casa encontré en mi maleta una Biblia. Si ella hubiese tratado de convencerme hablándome, me hubiese confundido. Yo no toleraba nada que no fuera la religión de mis padres”.




Si sabes orar

Manos que sabéis plegarse
en férvida prez al cielo,
rodillas que al doblegarse
expresáis vuestros anhelos.

Corazón que estás hambriento
de justicia y de perdón;
alma que transida aguardas
Su presencia y bendición.

Ora... que el orar el cielo
contacto hará con la tierra.
Pide... y todos tus anhelos
suplirá con sus riquezas.

Alma que sabes orar
tu victoria has decidido,
alma que sabes clamar
tendrás todo lo pedido.




La semilla de los evangelios apareció luego de aquel acontecimiento en la vida de Matilde Ortiz, en su pueblo llamado Corozal, como un veloz relámpago de luz en medio de la oscuridad. Sin embargo, ella debió enfrentarse a las tradiciones y reglas de su familia, que estaban marcadas por las creencias arcaicas, y en un acto de amor al Creador se unió a una congregación protestante en la que encontró el camino a Dios. “En mi hogar, especialmente mi madre estaba atada a la religión de los primeros colonizadores en cuerpo y alma. Pero Dios me inspiró a buscar la comunión con Él. Encaminé mis pasos y me uní a una Iglesia evangélica. Desde entonces la luz diáfana de Jesús inundó mi vida”, contó al respecto Ortiz en su libro: “Mi Biblia y Mi Testimonio”.

Luis M. Ortiz, fundador del Movimiento Misionero Mundial y hermano carnal de Matilde, alguna vez la definió como “una cristiana fiel y ejemplar, de convicciones profundas e inconmovibles; una idónea consejera espiritual, con un corazón generoso y caritativo”. Una explicación clara y exacta de lo que fue la hermana Ortiz. Sólo basta repasar algunos pasajes de su juventud para corroborarlo. Al año de conocer a Cristo parte a San Juan, la capital de Puerto Rico, y allí, en palabras de ella, “siguió militando en una denominación de avivamiento y por ello la Iglesia que dejé me siguió amando. Nunca nada, ni las trabas ni los linderos humanos, me impidieron mirar a todos los evangélicos como hermanos”.




El Arquitecto (Al Maestro)

Un arquitecto con gracia
un gran templo construyó,
con pilares y con arcos
un monumento erigió.
Y todos los que pasaban
mirando el grandioso templo,
extasiados alababan
de la torre al fundamento.
El Maestro también quiso
levantar cual arquitecto,
con el Pan de la Palabra
en las almas otro templo.
Los pilares de oración
los arcos de gran paciencia,
más a nadie interesó
ni vio su oculta belleza.

Mas el tiempo se encargó
de ser juez de aquellos templos.
El de mármol se cayó
sus ruinas cubriendo el templo.
Pero el templo del Maestro
perdurará por los siglos,
pues levantó alma adentro
un mortal edificio.




Durante 39 años, Ortiz Román estuvo ocupada estudiando, conociendo y enseñando la Palabra de Dios. De este modo, las Santas Escrituras, que para ella eran infinitas y vastas, le permitieron llegar a trascender en el plano espiritual. Pasó por las aulas de varios institutos bíblicos, dictó cursillos de fe en un sinfín de Iglesias, dentro y fuera de Puerto Rico, y además se dedicó durante doce años, domingo a domingo, a educar en Jesús a miles de niños puertorriqueños en las Escuelas Dominicales de este país centroamericano. En su opinión el Todopoderoso fue el que la llamó para cumplir “ese ministerio” que duró hasta su partida al encuentro con el Creador acontecida el 29 de julio de 1966.

Inspirada hortelana de la poesía cristiana, la mujer que hizo del verbo escrito el mejor vehículo para difundir la fe en Cristo, fue además una figura emblemática en cuestiones básicas de la religión cristiana. Así, en 1963, a través de las páginas de esta revista, afirmó: “el mejor título que puede tener uno que se reclama ser verdadero seguidor de Cristo es cristiano. Pues en Cristo no hay oriente ni poniente, no hay color, raza o bandera. Cristo es el común denominador y su cruz el lugar donde todas esas reglas y trabas humanas se esfuman, se desvanecen. Ante el fuego de su Divina Palabra, mirando al Señor a cara descubierta, abrazaremos a todos los cristianos como hermanos”.




El cordón escarlata

¡Oh sangre de Jesús Crucificado!
Que a raudales brotó de sus heridas,
sangre que limpia y perdona los pecados
manantial eterno de la vida.

Cubre con esa sangre mi conciencia
limpia en ella, Señor, mis desvaríos
de aquella que la espada sin clemencia
hizo brotar de tu pecho como un río.
Sólo por sangre podré cantar victoria
solo ella nos limpia del pecado
ella tan solo nos llevará a la gloria
¡Oh sangre de Jesús Crucificado
!





Maestra de vastos conocimientos bíblicos y teológicos, la Sierva de Jesús tuvo en los versos su máximun aporte a la convicción evangélica. Dicho tributo se materializó, en 1964, por intermedio de un poemario titulado“Aromas de mi Huerto”. Una Obra, que en opinión del pastor Luis M. Ortiz, es“un canto a la vida donde todo aquel que desee recorrer sus alfombradas sendas puede respirar la vida del Cristo resucitado. Aquí el visitante se convierte en pastor, y cada oveja es un salmo. En este huerto se respira la fragancia de sus flores y de sus frutos y se admira su delicada belleza”.

Desde la fundación de la Obra, producida el 13 de febrero de 1963, hasta el final de su vida terrenal, Matilde Ortiz Román se constituyó en una fuente de inspiración para que más de un mundano conociera la perfecta voluntad de Dios. En relación a aquello, en los últimos días de su existencia, puntualizó: “Cristo y su Palabra son mi todo. Fuera de eso, lo otro es vanidad y tontería. Soy feliz inspirando a otros a colocarse en el lugar asignado para ellos en el programa divino. Imparto su Palabra como clavos hincados y aguijones afilados. Dándola clara y sencilla con la unción insustituible del Espíritu Santo”. Mayúscula tarea que hizo de Matilde una heroína de la fe.


Fuente:www.impactoevangelistico.net

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