
Entonces, ¿cuál debe ser nuestra actitud si no sabemos controlar nuestra ira? Empezar por reconocerla, pues aquel que la reprime hace nacer en sí mismo sentimientos de amargura y somete su organismo a tensiones perjudiciales. Luego debemos reconocer ante Dios que una cólera que no supimos dominar es un pecado, el cual debemos confesar a Dios. Debemos rogarle que nos enseñe a canalizarla, es decir, a identificar sus causas reales, a saber expresarlas con inteligencia y moderación a fin de buscar una solución con Dios.
En todos nuestros contactos, aprendamos a contenernos y a perdonarnos unos a otros. “La templanza” es un fruto del Espíritu (Gálatas 5:23). Un sentimiento de ira es legítimo frente a todo lo que ofende al Señor. “Airaos, pero no pequéis; no se ponga el sol sobre vuestro enojo”, nos dice el apóstol Pablo (Efesios 4:26).
Quítense de vosotros toda amargura, enojo, ira, gritería y maledicencia. – Efesios 4:31.
Todo hombre sea pronto para oír, tardo para hablar, tardo para airarse; porque la ira del hombre no obra la justicia de Dios. – Santiago 1:19-20.
Fuente: tiempo de esperanza
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