La tierra prometida

lunes, 5 de diciembre de 2011

Martín Lutero - El Gran Reformador

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Martín Lutero es el autor de un hecho que marcó un hito en la historia del cristianismo. Fijó en la puerta de la Iglesia de Wittenberg  sus noventa y cinco tesis contra la venta de indulgencias y dio origen a la Gran Reforma.
Para dar el debido valora la Obra de Martín Lutero, es necesario recordar el obscurantismo y la confusión que reinaban en la época en que nació.
Se calcula que por lo menos un millón de albigenses habían sido muertos en Francia en cumplimiento de una orden del Papa, quien había dispuesto que esos “herejes” que sustentaban la Palabra de Dios fuesen cruelmente exterminados. Wycliffe, “la Estrella del Alba de la Reforma”, había traducido la Biblia a la lengua inglesa, Juan Hus, discípulo de Wycliffe, había muerto en la hoguera en Bohemia suplicando al Señor que perdonase a sus perseguidores. Jerónimo de Praga, compañero de Hus y también un erudito, había sufrido el mismo suplicio cantando himnos en la llama hasta que exhaló su último suspiro. Juan Wessel, un notable predicador de Erfurt, había sido encarcelado por enseñar que la salvación se obtiene por gracia; aprisionaron su frágil cuerpo entre hierros, donde murió cuatro años antes del nacimiento de Lutero. En Italia, quince años después del nacimiento de Lutero, Savonarola, un hombre dedicado a Dios y fiel predicador de la Palabra, fue ahorcado y su cuerpo fue reducido a cenizas, por orden de la Iglesia.

Fue en tal época en que nació Martín Lutero en Eisleben, Alemania. Como muchos de los hombres más célebres, pertenecía a una familia pobre. El padre trabajaba en las minas de cobre, y la madre, además de atender sus quehaceres domésticos, trasportaba leña sobre sus espaldas desde el bosque.

El padre de Martín, sintiéndose muy satisfecho con los trabajos escolares de su hijo, decidió mandarlo, cuando cumplió los trece años de edad, a la escuela franciscana de la ciudad de Magdeburgo.

Cuando ya estaba a punto de abandonar sus estudios, para ponerse a trabajar con las manos, cierta señora acomodada, doña Úrsula Cota, atraída por sus oraciones en la Iglesia y conmovida por la humildad con que recibía cualquier sObra de comida, en su puerta, lo acogió en el seno de su familia. Por vez primera Lutero conoció lo que era la abundancia.

A los dieciocho años, Martín deseaba estudiar en una universidad. Su padre lo envió a Erfurt, que era entonces el centro intelectual del país, donde cursaban sus estudios más de mil estudiantes. El joven estudió con tanto ahincó, que al fin del tercer semestre obtuvo el grado de bachiller en filosofía. A la edad de veintiún años alcanzó el segundo grado académico, el de doctor en filosofía; los estudiantes, profesores y autoridades le rindieron significativo homenaje.

Su padre, deseando que Martín llegara a ser abogado y se volviese célebre, le compró “el Corpus Juris”, que es gran Obra de jurisprudencia muy costosa. Sin embargo, varios acontecimientos influyeron en Lutero induciéndolo a entrar a la vida monástica, decisión que llenó de profunda tristeza a su padre y horrorizó a sus compañeros de la universidad.

En la biblioteca se encontró con la Biblia completa, en latín. Hasta entonces Lutero había creído que las pequeñas porciones escogidas por la Iglesia para que se leyeran los domingos eran toda la Palabra de Dios. Después de leer la Biblia durante un largo rato, exclamó: “¡Oh!” ¡Si la Providencia me diese un libro como éste, solo para mí!”

Antes de cumplir sus veintidós años de edad, el joven se dirigió al convento de los agustinos. El monasterio de los agustinos era el mejor de los claustros de Erfurt.

Durante el año de noviciado, antes de hacerse monje, los amigos de Lutero hicieron todo lo posible para disuadirlo de que llevase a cabo su decisión.

En ese tiempo, el vicario general de la orden de los agustinos, Staupitz, visitó el convento. Era un hombre de gran discernimiento y devoción profunda; comprendió inmediatamente el problema del joven monje y le ofreció una Biblia en la cual éste leyó: “El justo vivirá por fe”. Lo que por tanto tiempo Lutero había anhelado, ahora ya lo poseía.

Lutero se ordenó de sacerdote. La primera misa que celebró fue un gran suceso. Su padre, que no lo había perdonado desde el día en que había abandonado sus estudios de jurisprudencia hasta ese momento, asistió a la primera misa, después de viajar a caballo desde Mansfield acompañado por veinticinco amigos y trayendo un buen donativo para el convento.

Después que cumplió los veinticinco años de edad, Lutero fue designado para la cátedra de filosofía de Wittenberg, hasta donde se mudó para vivir en el convento de su orden. En medio de las ocupaciones que le imponía su cátedra de filosofía, se dedicó al estudio de las Escrituras, y en ese primer año obtuvo el título de “bachiller en Biblia”.

Uno de los puntos culminantes de la biografía de Lutero fue su primera visita a Roma. Había surgido una disputa reñida entre siete conventos de los agustinos y decidieron llevar los puntos de la desavenencia para que el Papa los resolviera. Lutero fue escogido para representar a su convento en Roma.

Entonces vio la corrupción tan generalizada que había en Roma. Al llegar de regreso a su convento, el vicario general insistió en que diese los pasos necesarios para obtener el título de doctor, el cual le daría el derecho de predicar.

El mismo escribió lo siguiente acerca de la gran trasformación que experimentó su vida en ese tiempo: “Deseando ardientemente comprender las palabras de Pablo, comencé a estudiar su epístola a los Romanos. Sin embargo, noté que en el primer capítulo consta que la justicia de Dios se revela en el Evangelio (vv. 16, 17). Yo detestaba las palabras: la justicia de Dios, porque conforme me enseñaron, yo la consideraba como un atributo del Dios Santo que lo lleva a castigar a los pecadores. A pesar de vivir irreprensiblemente como monje, mi conciencia perturbada me mostraba que era pecador ante Dios. Así, yo detestaba a un Dios justo, que castiga a los pecadores… Tenía la conciencia intranquila, en lo íntimo mi alma se sublevaba. Sin embargo, volvía siempre al mismo versículo, porquequería saber lo que Pablo enseñaba. Al fin, después de meditar sobre ese punto durante muchos días y noches, Dios en su gracia infinita me mostró la palabra: “El justo vivirá por la fe”. Vi entonces que la justicia de Dios, en este versículo, es la justicia que el hombre piadoso recibe de Dios mediante la fe, como una dadiva”.

Durante una convención de agustinos Lutero fue invitado a predicar, pero en vez de dar un mensaje doctrinal de sabiduría humana, pronunció un ardiente discurso contra la lengua maldiciente de los monjes. ¡Lo eligieron director a cargo de once conventos!

En ese tiempo la peste procedente del oriente, visitó a Wittenberg. Se calcula que la cuarta parte de la población de Europa, la mitad de la población de Alemania, fue segada por la peste. Cuando profesores y estudiantes huyeron de la ciudad, instaron a Lutero que huyese también; pero él respondió: “Mi lugar está aquí; el deber no me permite ausentarme de mi puesto…”

Después ocurrió un hito en la historia del cristianismo. En el mes de octubre de 1517, Lutero fijó a la puerta de la Iglesia del Castillo Wittenberg sus 95 tesis, cuyo tenor era que Cristo requiere el arrepentimiento y la tristeza por el pecado cometido, y no la penitencia. Lutero fijó sus tesis o proposiciones para un debate público, en la puerta de la Iglesia, como era costumbre en ese tiempo. Pero esas tesis, escritas en latín, fueron enseguida traducidas al alemán, al holandés y al español. Antes de transcurrido un mes, para sorpresa de Lutero, sus tesis ya habían llegado a Italia y estaban haciendo temblar los cimientos del viejo edificio de Roma.

Fue como consecuencia de ese acto de fijar las 95 tesis en la puerta de la Iglesia de Wittenberg que nació la Reforma, es decir, que fue eso lo que dio origen al gran movimiento de almas que en todo el mundo ansiaban volver a la fuente pura, a la Palabra de Dios. Sin embargo, Lutero no atacó a la Iglesia católica; al contrario, salió en defensa del Papa contra los vendedores de indulgencias.

En el mes de agosto de 1518, Lutero fue llamado a Roma para responder a la acusación de herejía que se le imputaba. No obstante, el elector Federico no consintió que lo sacasen fuera del país, por lo que Lutero fue intimado a presentarse en Augsburgo. “Te quemarán vivo”, insistían sus amigos. Lutero entonces les respondió resueltamente: “Si Dios sustenta la causa, la causa subsistirá”.

La orden que emitió el anuncio del Papa en Augsburgo, fue: “Retráctese o no saldrá de aquí”. Sin embargo, Lutero consiguió huir de la ciudad atravesando una pequeña cancela en el muro de la ciudad, aprovechando la obscuridad de la noche. Al llegar de nuevo a Wittenberg, un año después de fijar sus tesis, Lutero se había convertido en el personaje más popular de toda Alemania. No existían periódicos en ese tiempo, pero de la pluma de Lutero fluían las respuestas a todos sus críticos, que eran luego publicadas en folletos. Lo que Lutero escribió en esa forma, hoy completa cien volúmenes.

Cuando la bula de excomunión, enviada por el Papa, llegó a Wittenberg, Lutero respondió con un tratado dirigido al Papa, León X, exhortándolo en el nombre del Señor a que se arrepintiese. La bula del Papa fue quemada fuera del muro de la ciudad de Wittenberg ante una gran multitud.


*Cuando el nuncio del Papa exigió a Lutero que se retractase ante la augusta asamblea, él respondió: “Si no me refutareis por el testimonio de las Escrituras o por argumentos –puesto que no creo ni en los Papas ni en los concilios, siendo evidente que muchas veces ya se engañaron y se contradijeron entre sí– mi conciencia tiene que atacar la Palabra de Dios. No puedo retractarme, ni me retractaré de nada, puesto que no es justo, ni seguro actuar contra la conciencia. Dios me ayude”.*

La gran respuesta
No obstante, el Emperador Carlos V, que iba a convocar su primera Dieta en la ciudad de Worms, quería que Lutero compareciese para responder, personalmente, a los cargos de sus acusadores. Los amigos de Lutero insistían que no fuese, alegando: ¿No fue Juan Hus entregado a Roma para ser quemado, a pesar de la garantía de vida dada por el Emperador? Pero en respuesta a todos los que se esforzaban en disuadirlo a comparecer ante sus terribles enemigos, Lutero fue fiel al llamado de Dios.

En su viaje a Worms, el pueblo afluyó en masa para conocer al gran hombre que había tenido el coraje de desafiar la autoridad del Papa. En Mora predicó al aire libre, porque en las Iglesias ya no cabían las enormes multitudes que querían oír sus sermones. Al avistar las torres de las Iglesias de Worms, se irguió en la carroza en que viajaba y cantó su himno, el más famoso de la Reforma: “Ein Feste Burg”, esto es, “Castillo fuerte es nuestro Dios”. Al entrar por fin a la ciudad, lo acompañaba el pueblo en una multitud mucho mayor que la que había ido a recibir a Carlos V. Al día siguiente lo llevaron ante el emperador, a cuyo lado se encontraban el delegado del Papa, seis electores del imperio, veinticinco duques, ocho margraves, treinta cardenales y obispos, siete embajadores, los diputados de diez ciudades y un gran número de príncipes, condes y varones.

Es fácil imaginar que el reformador fuese un hombre de mucho coraje y de físico vigoroso como para enfrentar tantas fieras que ansiaban despedazarle el cuerpo. Pero la verdad es que había pasado una gran parte de su vida alejado de los hombres y, sobre todo, se encontraba muy débil por el viaje, durante el cual había tenido necesidad de que lo atendiese un médico. Sin embargo, no perdió su entereza y se mostró valeroso, no en su propia fuerza, sino en el poder de Dios.

Sabiendo que tenía que comparecer ante una de las más importantes asambleas de autoridades religiosas y civiles de todos los tiempos, Lutero pasó la noche anterior en vigilia. Postrado con el rostro en tierra, luchó con Dios llorando y suplicando.

Se cuenta que, al día siguiente, cuando Lutero atravesó el umbral del recinto donde comparecía ante la Dieta, el veterano general Freudsburg puso la mano en el hombro del Reformador y le dijo: “Pequeño monje, vas a enfrentarte a una batalla diferente, que ni yo ni ningún otro capitán jamás hemos experimentado, ni siquiera en nuestras más sangrientas conquistas. Sin embargo, si la causa es justa, y estás convencido de lo que es, avanza en nombre de Dios, y no temas nada, que Dios no te abandonará”. El gran general no sabía que Martín Lutero había vencido la batalla en oración y que entraba solamente para declarar que la había ganado a peores enemigos.

Cuando el nuncio del Papa exigió a Lutero que se retractase ante la augusta asamblea, respondió: “Si no me refutareis por el testimonio de las Escrituras o por argumentos –puesto que no creo ni en los Papas ni en los concilios, siendo evidente que muchas veces ya se engañaron y se contradijeron entre sí– mi conciencia tiene que atacar la Palabra de Dios. No puedo retractarme, ni me retractaré de nada, puesto que no es justo, ni seguro actuar contra la conciencia. Dios me ayude”.

La ciudad de Worms, al recibir la noticia de la osada respuesta dada por Lutero al nuncio del Papa, se alborozó.

A pesar de que los papistas no consiguieron con su influencia que el emperador violase el salvoconducto y quemase en una hoguera al pequeño hereje, Lutero, sin embargo, tuvo que enfrentar otro grave problema. El edicto de excomunión entró inmediatamente en vigor; Lutero, según la excomunión, era considerado un criminal y, al terminar el plazo de su salvoconducto, tendría que ser entregado al emperador; todos sus libros debían ser incautados y quemados; el hecho de ayudarlo de cualquier manera que fuese, sería considerado un criminal capital.

Su tremenda Obra
Pero a Dios le es fácil cuidar de sus hijos. Estando Lutero de regreso a Wittenberg, fue repentinamente abordado en un bosque por un bando de caballeros enmascarados, que, después de despedir a las personas que lo acompañaban, lo condujeron a altas horas de la noche, al castillo de Wartburgo, cerca de Eisenach. Esta fue una estratagema del Príncipe de Sajonia para salvar a Lutero de sus enemigos que planeaban asesinarlo antes de que llegase a casa.

En el castillo, Lutero pasó muchos meses disfrazado, tomó el nombre de Caballero Jorge, y el mundo lo daba por muerto. Fieles siervos de Dios oraban día y noche. Las palabras del pintor Alberto Durero expresan los sentimientos del pueblo: “¡Oh Dios! si Lutero fuese muerto ¿quién nos expondría entonces el Evangelio?

Sin embargo, en su retiro, libre de sus enemigos, tuvo libertad de escribir; y el mundo comprendió luego, por la gran cantidad de literatura, que esa Obra salía de la pluma de Lutero, y que, de hecho, él estaba vivo. El Reformador conocía bien el hebreo y el griego, y en tres meses tradujo todo el Nuevo Testamento al idioma alemán. En unos meses más, la Obra, ya impresa, se encontraba en las manos del pueblo. De esa edición se vendieron cien mil ejemplares en cuarenta años, además de las cincuenta y dos ediciones que se imprimieron en otras ciudades. Para aquel tiempo ésa era una circulación inmensa, pero Lutero no aceptó un solo centavo por concepto de derechos de autor.

Su éxito al traducir las Sagradas Escrituras está confirmado por el hecho de que, aun después de cinco siglos, se considera su traducción como la principal.

La fortaleza de Lutero y de la Reforma fue la Biblia. Desde Wartburgo escribió para su pueblo de Wittenberg: “Jamás en ninguna parte del mundo se escribió un libro más fácil de comprender que la Biblia. Comparado con otros libros, es como el sol en contraste con todas las demás luces. No os dejéis inducir por ellos a abandonarla bajo ningún pretexto. Si os alejáis de ella por un momento, todo estará perdido; podrán llevaros a dondequiera que se les antoje. Si permanecéis fieles a las Escrituras, seréis victorioso”.

Después de colgar el hábito de monje, Lutero resolvió dejar por completo la vida monástica, casándose con Catalina de Bora.

A los sesenta y dos años predicó su último sermón sobre el texto: “Escondiste estas cosas de los sabios y de los entendidos, y las revelaste a los niños”. Ese mismo día escribió a su querida esposa, Catalina: “Echa tu carga sobre el Señor, y te sustentará. Amén.” Esta fue una frase de su última carta. Vivió esperando siempre que el Papa lograra cumplir la repetida amenaza de quemarlo vivo. Sin embargo, no fue esa la voluntad de Dios. Cristo lo llamó mientras sufría de un ataque al corazón, en Eisleben, su ciudad natal.

Un inmenso cortejo de creyentes que lo amaban sinceramente, precedido de cincuenta jinetes, salió de Eisleben con destino a Wittenberg, pasó por la puerta de la ciudad donde el Reformador había quemado años antes la bula de excomunión, y entró por las puertas de la misma Iglesia donde, hacía veintinueve años Lutero había fijado las 95 tesis.

Durante la ceremonia fúnebre, el pastor Bugenhagen y Melancton, inseparable compañero de Lutero, pronunciaron sendos discursos. Después, abrieron la sepultura, previamente preparada al lado del púlpito, y allí depositaron el cuerpo de Lutero.

Las puertas de la Iglesia del castillo fueron destruidas por el fuego durante el bombardeo de Wittenberg en 1760, pero fueron sustituidas por puertas de bronce en 1812, sobre las cuales se encuentran grabadas las 95 tesis. Pero este gran hombre, que perseveró en la oración, dejó grabadas, no en el metal que al fin se corroe, sino en centenares de millones de almas inmortales, la Palabra de Dios que estará dando fruto para toda la eternidad.

La oración era su poder
Martin Luteroera un gran músico y escribió algunos de los himnos. Preparó el primer himnario recopilando diversos himnos, y estableció la costumbre de que todos los asistentes a los cultos cantasen juntos. Insistió en que no solamente los varones, sino también las mujeres fuesen instruidas, convirtiéndose así en el padre de las escuelas públicas. Era un predicador de gran elocuencia. Sus mensajes le brotaban de lo más íntimo de su corazón, a tal punto que el pueblo llegaba a sentir la presencia cuando predicaba. En Zwiekau predicó en un auditorio de 25 mil personas en la plaza pública. Se calcula que escribió180 volúmenes en su lengua materna y casi un número igual en latín.

Generalmente se atribuye el gran éxito de Lutero a su extraordinaria inteligencia y a sus destacados dones. El hecho es que tenía la costumbre de orar durante horas enteras. Decía que si no pasaba dos horas orando por la mañana, se exponía a que Satanás le ganase la victoria durante ese día. Cierto biógrafo escribió: “El tiempo que él pasa orando produce el tiempo para todo lo que hace. El tiempo que pasa escudriñando la Palabra vivificante le llena el corazón, que luego se desborda en sus sermones, en su correspondencia y en sus enseñanzas”.

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