La tierra prometida

sábado, 18 de febrero de 2012

El doctor aborto



Responsable de 75 mil abortos, Bernard Nathanson saltó a la fama luego de pasar a las filas de los defensores de la vida humana y entregarse a Cristo. Un testimonio de fe que habla de la conversión de un ser humano a hijo de Dios.

Soy responsable directo de 75 mil abortos. Fui uno de los fundadores de la Asociación Nacional para Revocar las Leyes sobre el Aborto en los Estados Unidos, en 1968. Entonces una encuesta veraz hubiera establecido el hecho de que la mayoría de los norteamericanos estaban en contra de leyes permisivas sobre el aborto. No obstante, a los 5 años conseguimos que la Corte Suprema legalizara el aborto, en 1973. ¿Cómo lo conseguimos?

Nuestro primer gran logro fue hacernos con los medios de comunicación; les convencimos de que la causa pro aborto favorecía un avanzado liberalismo y sabiendo que en encuestas veraces seríamos derrotados, amañamos los resultados con encuestas inventadas y las publicamos en los medios; según ellas el 60% de los norteamericanos era favorable a la implantación de leyes permisivas de aborto. Fue la táctica de exaltar la propia mentira y así conseguimos un apoyo suficiente, basado en números falsos sobre los abortos ilegales que se producían anualmente en Estados Unidos.

El número de mujeres que morían anualmente por abortos ilegales oscilaba entre 200 y 250, pero la cifra que continuamente repetían los medios era diez mil, y a pesar de su falsedad fue admitida por muchas norteamericanas convenciéndoles de la necesidad de cambiar las leyes sobre el aborto.

Otro mito que extendimos entre el público, es que el cambio de las leyes solamente implicaría que los abortos que se practicaban ilegalmente, pasarían a ser legales. Pero la verdad es que actualmente, el aborto es el principal medio para controlar la natalidad en Estados Unidos. Y el número de anual de abortos se ha incrementado en un 1.500%, 15 veces más.

La segunda táctica fundamental fue jugar la carta del anticristianismo. Vilipendiamos sistemáticamente a las Iglesias cristianas calificando sus ideas sociales de retrógradas; y atribuimos a sus jerarquías el papel del “malvado” principal entre los opositores al aborto permisivo. Lo resaltamos incesantemente. Los medios reiteraban que la oposición al aborto procedía de dichas jerarquías, no del pueblo católico; y una vez más, falsas encuestas “probaban” reiteradamente que la mayoría de los cristianos deseaban la reforma de las leyes antiaborto. El hecho de que grupos cristianos y aun ateos, se declarasen pro vida, fue constantemente silenciado.

La tercera táctica fundamental fue denigrar o ignorar, cualquier evidencia científica de que la vida comienza con la concepción.

Mi historia comienza con mi formación en la ciudad de Nueva York. Me criaron como judío, iba a la escuela hebrea tres veces por semana, iba a la escuela de los domingos una vez por semana, y cuando volvía a casa después de estar en la escuela, mi padre, que había sido formado como Rabino, pero que luego rompió con la fe judía, me hacía preguntas sobre lo que yo había aprendido en la escuela hebrea, y cuando yo le contestaba se echaba a reír y me despreciaba, me ridiculizaba y se burlaba de mis contestaciones. Y hubo una destrucción metódica de mi sentido de fe. Seguí mi formación judía hasta la edad de trece años en la que fui recibido por la comunidad judía como adulto. Después de esto jamás volví a poner pie en una sinagoga en mi vida.

Fui al colegio médico y allí tuve mi primera experiencia del aborto. Mi novia quedó embarazada. Decidimos que era imposible casarnos, así que buscamos en Montreal un médico anciano que prometió hacer el aborto. Le pagué con dinero que mi padre me había enviado. La mujer tuvo un aborto, pero casi murió, y yo le ayudé a recuperar la salud. Y eso fue el comienzo de mi sentido de indignación social ante las leyes que restringían el aborto, haciéndolo ilegal.

Conocí a un hombre que estaba empeñado en derrumbar todas las leyes anti-abortistas en los Estados Unidos y juntos formamos un grupo de acción política, conocido como la Liga Nacional de Acción de Derechos Abortistas. Y tuvimos un éxito notable. A los dos años habíamos derrumbado una ley restringiendo el aborto en el Estado de Nueva York. La ley había estado en los códigos penales desde 1829. Siguiendo al derrumbamiento de la ley antigua, era claro que teníamos que implementar la ley nueva. No era suficiente decir simplemente que el aborto era legal; teníamos que hacer también que fuese de bajo precio, no caro, seguro y humano.

Empecé a llevar una clínica abortista en Nueva York. Fue la más grande en el mundo occidental. Funcionaba desde las 8 de la mañana hasta las 12 de la noche todos los días. Tenía treinta y cinco médicos y ochenta y cinco enfermeras trabajando para mí. Hacíamos ciento veinte abortos cada día. Había diez quirófanos. Durante mi estancia como director hicimos sesenta mil abortos. Yo he supervisado con médicos residentes en prácticas diez mil abortos más y con mis propias manos he hecho cinco mil abortos. Así que en mi vida tengo setenta y cinco mil abortos, setenta y cinco mil inocentes asesinados.

Cuando dejé la clínica después de varios años, me hice director de obstetricia en el Hospital de San Lucas en la ciudad de Nueva York, y fue a partir de entonces cuando empezamos a introducir toda la tecnología sofisticada que tenemos hoy. Me refiero a la ecografía, al controlar electrónicamente el latido del corazón del feto, y otras técnicas sofisticadas. Y por primera vez, pudimos estudiar el ser humano en el seno materno. Y para gran sorpresa nuestra descubrimos que no se diferenciaba en nada de ninguno de nosotros, que comía, dormía, bebía fluidos, y soñaba -pudimos de hecho medir los sueños- que se chupaba el dedo y se comportaba exactamente como un infante recién nacido. Y desde ese momento, según se iban amontonando y acumulando los datos, la verdad empezó a amanecer sobre mí. La gran mentira se había acabado.

Después de tres o cuatro años de estudiar el feto, me hice pro-vida. Cambié de mentalidad en el tema del aborto, empecé a cuestionar los criterios éticos y morales de aquellos que practicaban el aborto, di conferencias en contra del aborto, y por último, hice dos películas que mostraban el feto humano durante un aborto. Una de ellas se llamó “El grito silencioso”, que muestra a un bebé con doce semanas de edad, siendo succionado hasta su muerte en el seno materno. Puedes realmente ver al instrumento de succión entrar en el seno y arrancar por succión los brazos y las piernas del bebé, abriendo violentamente el abdomen, sacando por succión los órganos del abdomen y luego aplastando la cabeza del bebé con un fórceps y extrayéndolo del seno. Es una película muy fuerte.

Cuando yo hice cuentas de mi vida tenía una gran cantidad de dinero, casas, bodegas de vino inmensas, en resumen, como he dicho, todo y nada; tenía que contemplar en mi pasado tres matrimonios fracasados, un hijo que estaba emocionalmente desequilibrado y lo que más me pesaba de todo, eran las almas de setenta y cinco mil niños inocentes que yo había destruido.

Mientras agonizaba sobre mi vida y sobre si merecía continuarla o no, conocí a un cristiano amable en un encuentro pro vida. Después se convirtió en mi Virgilio que me guió por el infierno y por el purgatorio al paraíso. Establecimos un diálogo que continuó durante siete años y al final de este tiempo yo estaba convencido de que había aprendido la verdad, y la gran mentira ya no dominaba más mi vida, y el 9 de diciembre de 1996, el Reverendo John O’Connor me recibió en la Iglesia y fui bautizado.

Frecuentemente me preguntan qué es lo que me hizo cambiar. ¿Cómo pasé de ser un destacado abortista a un abogado pro-vida? En 1973 llegué a ser director de obstetricia en un gran hospital de la ciudad de Nueva York, y tuve que iniciar una unidad de investigación perinatal; era el comienzo de una nueva tecnología que ahora utilizamos diariamente para estudiar el feto en el útero materno. Un típico argumento pro aborto es aducir la imposibilidad de definir cuando comienza el principio de la vida, afirmando que ello es un problema teológico o filosófico, no científico.

Pero la fetología demuestra la evidencia de que la vida comienza en la concepción y requiere toda la protección de que gozamos cualquiera de nosotros.

Usted podría preguntar: ¿entonces, por qué algunos doctores, conocedores de la fetología, se desacreditan practicando abortos? Cuestión de aritmética: a 300 dólares cada uno, un millón quinientos cincuenta mil abortos en los Estados Unidos, implican una industria que produce 500 millones de dólares anualmente. De los cuales, la mayor parte van a los bolsillos de los doctores que practican el aborto.

Es un hecho claro que el aborto voluntario es una premeditada destrucción de vidas humanas. Es un acto de mortífera violencia. Debe de reconocerse que un embarazo inesperado plantea graves y difíciles problemas. Pero acudir para solucionarlo a un deliberado acto de destrucción supone podar la capacidad de recursos de los seres humanos; y, en el orden social, subordinar el bien público a una respuesta utilitarista.

Como científico conozco que la vida humana comienza en la concepción. Creo con todo mi corazón que existe una divinidad que nos ordena finalizar para siempre este infinitamente triste y vergonzoso crimen contra la humanidad.

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