La tierra prometida

lunes, 27 de febrero de 2012

«Enfrentando la Soledad»


“Él sana a los quebrantados de corazón, y venda sus heridas”, Sal. 147:3

Todos hemos pasado por situaciones dolorosas, pero quizás no todos hemos experimentado el amor de aquél que “sana a los quebrantados de corazón”. Cuando sufrimos, el dolor nos ciega de tal manera que nos encerramos en nosotros mismos olvidando primero, que hay un propósito en todo; pero, además, muchas veces el sufrimiento nos lleva a una terrible soledad.
Hubo una mujer en la Biblia que pasó por circunstancias difíciles, pero supo cómo enfrentar la soledad. Lucas 2:22 – 38 nos habla de Ana, una viuda. Cuando José y María llevan a su primogénito al templo para presentarlo a Dios, ahí encuentran a Ana. Algunos historiadores dicen que esta mujer había sido viuda por unos 60 años. Lucas dice que Ana “no se apartaba del templo sirviendo de noche y de día con ayunos y oraciones”.
Cuando llegaron José y María con el niño Jesús llegó también el momento cumbre en la vida de Ana: la respuesta a las oraciones de muchos años. La mujer que no tenía ninguna oportunidad en la vida a causa de sus circunstancias como viuda y anciana, viene a ser la mujer más privilegiada del mundo: le es permitido ver al Hijo de Dios y adorarle. Podemos aprender de Ana la siguiente lección:
Ana nos enseña cómo enfrentarnos al corazón quebrantado: una de las experiencias más dolorosas de la vida es perder al cónyuge; pero más importante que la intensidad de la crisis es la actitud mental con que la enfrentamos. Cuando un evento así es enfrentado con el valor y la esperanza que sólo provee nuestro Padre celestial, se obtiene la victoria sobre los problemas de la vida, como la soledad, la autocompasión, el temor, la depresión, el sufrimiento y la pena. Es en ese momento cuando debemos aprender a quitar la atención de nosotros mismos y a reconocer que Dios es nuestro refugio y nuestra ayuda en la tribulación. Ana se refugió en Dios, no se escondió en la autocompasión ni se convirtió en la persona a quien todos compadecen pero nadie sabe cómo ayudar. Ana no se refugió en el pasado ni dependió de sus recuerdos como fuente de felicidad; se decidió a afrontar el presente y el futuro con Dios. Pasó de ser una lastimada que requiere consuelo, a una consoladora (2ª Cor. 1:4 y 5). Aprendemos de Ana.

Fuente: reflexionescristianas

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