La tierra prometida

lunes, 23 de enero de 2012

La madre del metodismo

Susana es la biografía de una de las creyentes más reconocidas de la comunidad cristiana. La historia, escrita por Glen Williamson, relata la vida de Susana Wesley, la progenitora de Juan y Carlos Wesley, una mujer que dedicó su vida entera a servir a Dios.

El libro Susana,escrito por el autor Glen Williamson, nos remonta a la Inglaterra de finales del siglo XVII e inicios del siglo XVIII, época que se vio visiblemente marcada por  una espeluznante degradación moral, política y religiosa, nunca antes vista en Gran Bretaña.  Era una etapa de promiscuidad,  rumores de guerras, plagas y enfermedades, y ante todo, la agobiante necesidad de un avivamiento espiritual. Fue en medio de tanta calamidad, de donde emergió la familia Wesley, que sacudió al mundo con palabras de amor, fe y esperanza, y  dejó  imborrables huellas en la vida de todos aquellos que iban en busca de una relación íntima y personal con el Creador.

Susana, la protagonista de esta historia, fue una ejemplar mujer que dedicó su vida entera a la evangelización y a la crianza de sus diecinueve hijos. Al lado de su inseparable esposo, Samuel Wesley, inculcó en el corazón de cada uno de sus retoños el amor incondicional a Dios, y a pesar de haber pasado por una infinidad de pruebas, su corazón siempre se mantuvo en entera comunión con Jesucristo.

Susana y su esposo estaban a cargo de una pequeña iglesia en la ciudad de Epworth. Samuel era un extraordinario orador, un fiel pastor y un soñador empedernido, que nunca abandonó la idea de que algún día un avivamiento espiritual estremecería hasta los más recónditos pueblos de Inglaterra y cruzaría fronteras hasta cubrir cada espacio de la tierra. Como muestra contundente de su fe, la mañana de un domingo apareció el rector de la localidad en la puerta de la casa de los Wesley y Samuel no desaprovechó la oportunidad para predicarle.

– Otra  revolución está en camino. En medio de batallas sangrientas, los niños huérfanos otra vez gemirán junto al camino, y la hediondez de la carne putrefacta permeará el aire desde Londres hasta los lugares más remotos del país. No es necesario pintar cuadros de horrores: la historia nos ha preparado para ellos ya demasiadas veces.                                                                            – Entonces, ¿cuál es la respuesta? – preguntó Calvin.                                                                                      

–Debe venir un despertar espiritual – Samuel continuó  – Uno que barra el imperio y el continente, y que cruce el Atlántico; uno que no deje ni muerte ni destrucción en su camino, pero sí vida, un testimonio interior del Espíritu, en el corazón de la gente de todas partes, al volverse a Dios. Ha sucedido antes. Debe suceder otra vez. 

Samuel y Susana, perdieron a diez de sus diecinueve hijos a consecuencia de las plagas y enfermedades que acechaban la ciudad. Y el temor de desprenderse de otro de sus pequeños, era una idea que los angustiaba constantemente.  Así como Dios probó la fe de Abraham al ordenarle que ofreciera a su hijo Isaac en sacrificio a Él, de esa misma manera, los Wesley se enfrentaron a una prueba de fuego. Su casa fue consumida por un incendio voraz y uno de sus vástagos, estuvo a un paso de perder la vida.

Samuel reunió a su familia, para verificar si todos estaban presentes, pero se horrorizó, al descubrir que faltaba Juan. Regresó a la casa para luchar con la ráfaga ardiente. La escalera era una sólida masa de llamas. Samuel cayó de rodillas en el jardín, y encomendaba el alma de su hijo a Dios, sin saber que un drama casi milagroso se desarrollaba a su alrededor.

– ¡Está vivo! ¡Lo vi por esa ventana! –  Gritó Hester – Busca una escalera…

–Al terminar la maniobra, el techo se desplomó y estalló en llamas una miríada de partículas de yesca encendida, como una galaxia de estrellas. Susana había vuelto en sí, y Samuel, casi enloquecido de gozo se apresuró a ponerse a su lado.

– ¡Dejen que arda la casa! – Gritó – ¡Soy lo suficientemente rico espiritualmente! Arrodillémonos juntos, y démosle gracias al Señor.

Después de la tormenta, Samuel, al lado de Susana y sus niños, siguió predicando incansablemente, y con más fuerza espiritual que nunca. La pequeña iglesia fue creciendo a grandes zancadas, pero las necesidades económicas de los Wesley se hacían cada vez más apremiantes. La situación se fue agravando con el paso de los meses, hasta que un domingo, después del discurso evangelizador que pronunció Samuel, llegó Esaú McTavish con el fin de enviar a Wesley a la cárcel por una deuda de treinta libras que no había cancelado.

Samuel fue sentenciado sin límite de tiempo en la prisión para deudores de Lincoln Castle. Susana y los niños lloraban, al tiempo que se asían de él y le decían adiós. Samuel también lloró, ya que comprendía que el aprieto de su familia era mayor que el suyo. Esa misma noche la iglesia fue saqueada.                                                                                                                                      Susana se apresuró a encerrarse en su cuarto sola para orar. Les hacía frente a los problemas más grandes que jamás conoció.

Susana era una mujer especial. Pese al carácter estricto e inflexible que poseía, la esposa de Samuel se caracterizaba por su bondad, sujeción y una inigualable sabiduría.  Después de haber soportado las más inclementes luchas, y haber obtenido la victoria espiritual, Susana sentía que se acercaba el tiempo de la bonanza. Los Wesley habían dejado volar fuera del nido a sus retoños y para ellos, los años habían pasado fugazmente, sin apenas darse cuenta.

Siempre he sentido que nos espera un gran avivamiento y la convicción ahora es más fuerte que antes – expresó Samuel.                                                                                                                            

–Lo sé querido. Eso me lo has dicho muchas veces. Y te agradará saber que hace mucho tiempo decidí algo muy importante.                                                                                                                       

–¿Qué decidiste?                                                                                                                                 
Susana con amor le recitó: …porque a dondequiera que tú fueres, iré yo, y dondequiera que vivieres, viviré. Tu pueblo será mi pueblo, y tu Dios será mi Dios. Donde tú murieres, moriré yo, y allí seré sepultada; así me haga Jehová, y aun me añada, que sólo la muerte hará separación entre nosotros dos.

Las muestras de afecto que los esposos Wesley se expresaban mutuamente eran la evidencia de un sólido matrimonio basado en el amor incomparable de Dios. Su unión trajo bendición al mundo entero y dos de sus hijos, Juan y Carlos, llevaron a las almas perdidas las buenas nuevas de salvación, y fueron testigos del avivamiento espiritual que removió todo el continente europeo, tal y como lo había profetizado su padre en incontables ocasiones, aún antes de morir.

Susana estaba convencida de que ella y su esposo habían sido usados por Dios, según su voluntad, durante toda su vida juntos. En aquella hora sombría, precisamente antes del amanecer del avivamiento, la necesidad de la fe y de las obras, como fuerzas en unidad, se resumían en ellos, para ser practicadas y predicadas de ahí en adelante por sus hijos. Las finales palabras proféticas de Samuel a su hijo Carlos, antes de morir, ahora se convertían en realidad:

–La fe cristiana ciertamente revivirá en este reino; lo verás, aunque yo no lo vea.

Pasaron los meses y el dolor de Susana iba menguando; sin embargo, sentía que el tiempo de ascender al cielo se acercaba, por esta razón, esta fiel cristiana no dejó de hablar, hasta el último segundo de su vida, de un nuevo evangelio, que llevaría el mensaje a las almas necesitadas y desterraría los tabúes que había establecido la Alta Iglesia. 

Susana no sólo fue una fiel defensora del avivamiento, sino que Juan no pudo haber hallado en ningún lugar una consejera más espiritual y más conocedora que su madre. Fue ella la que le hizo ver la necesidad de desechar los prejuicios de la Alta Iglesia, y que aplicara nuevos métodos para satisfacer las necesidades del avivamiento que ya cruzaba las fronteras de Inglaterra. Fue allí, con esa “paz que sobrepasa todo entendimiento”, donde Susana Wesley murió a la edad de setenta y tres años. Rodeada por sus hijas, y por Juan, quien leyó una oración, y expresó una última petición. – Por favor, hijos míos, tan pronto como me vaya al cielo, cántenle a Dios un salmo de alabanza. Susana Annesley Wesley fue sepultada en el cementerio de Bunnhill, el primero de agosto de 1742, para esperar el día de la resurrección.

Susana, es considerada a nivel mundial, como la madre del metodismo. Su hijo, Juan Wesley, fundó dicho movimiento conforme a los principios y valores que recibió de su madre. Esta doctrina, sin duda alguna, dio la vuelta al mundo y convirtió a Wesley en un mártir de la fe. Así mismo, fue Carlos Wesley, quien escribió gran parte de los himnos que entonamos, hoy en día,  con suma devoción.                                                                                                                                  
Finalmente, se puede afirmar que los Wesley, han trascendido a través de la historia del cristianismo, siendo un vivo ejemplo de los instrumentos que Dios utiliza para hallar a las ovejas perdidas de su celestial rebaño.


Fuente: www.impactoevangelistico.net

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