La tierra prometida

jueves, 17 de noviembre de 2011

Cristo venció al que tenía el imperio de la muerte Rev. Alvaro Garavito

Rev. Álvaro Garavito
Cristo despojó a las potestades, les quitó su autoridad y los venció, públicamente. Para que no quedara vestigio secreto ni dudas de quién había vencido, allí venció al diablo en aquella gran batalla del calvario.
“Por tanto, como el pecado entró en el mundo por un hombre, y por el pecado la muerte, así la muerte pasó a todos los hombres, por cuanto todos pecaron”, Romanos 5:12.“Porque la paga del pecado es muerte, más la dádiva de Dios es vida eterna en Cristo Jesús Señor nuestro”, Romanos 6:23.

En estos días el mundo se ha visto envuelto por lo que inicialmente se le conoció como la peste porcina. Esta plaga puso en jaque al mundo entero; gobiernos de todas partes de la tierra alertaron a la población a tomar medidas precautorias para no ser infectados por esta plaga. El miedo al posible contagio y a la muerte hizo que muchas empresas se fueran a la quiebra, vuelos aéreos fueron cancelados, centros de turismo quedaron desérticos, en fin una gran problemática.

La historia registra muchas plagas, muchos problemas destructivos, muchos desastres, muchas pandemias que han exterminado a millones de seres humanos. Cada vez que se habla de esto, se ponen los pelos de punta, la gente hace lo que sea para huir de un contagio o de una plaga como esta. La Palabra de Dios, es el libro más antiguo en conocimiento que haya existido en la tierra, el autor de este libro, el Dios creador del universo, del cielo y de la tierra, anunció una pandemia hace casi 4000 años atrás, la cual ha venido a ser la peor de todas que hayan podido destruir a millones de millones de hombres y mujeres, ancianos y niños, adolescentes y jóvenes de todas las edades y de todos los estatus sociales han caído presa de la pandemia más horrible y devastadora que se haya podido oír en la tierra, llamada “PECADO”.

Esa pandemia inició cuando nuestros primeros padres o habitantes de la tierra empezaron a poblar este planeta. Estas plagas han destruido parte de la humanidad, sabemos que vendrán plagas sobre la tierra que harán temblar el mundo y que nadie podrá descubrir el origen ni tampoco su curación; el planeta está amenazado a causa de la primera pandemia que se inició dentro de la raza humana. Esta plaga o estas plagas han tenido un origen, algunos hablan que se han originado entre las aves, otras plagas se han originado entre los cuadrúpedos, entre la raza porcina, pero hay una plaga también llamada el SIDA que se originó a través de una bestia, de un animal con el cual un hombre perverso y corrompido tuvo relaciones sexuales y de allí emanó y dependió el llamado SIDA que tiene sellado con la muerte a millones de personas.

La pandemia más devastadora que las otras es el PECADO. La Biblia dice: “Como el pecado entró en el mundo por un hombre, y por el pecado la muerte, así la muerte pasó a todos los hombres, por cuantos todos pecaron”, Romanos 5:12. Esta plaga se inició producida por la bestia salvaje, horrible y abominable que hayamos oído en este mundo llamado la serpiente antigua, Satanás y el diablo, esa bestia salvaje entró allí al Edén con el virus que no ha habido médico, no ha habido ciencia, no ha habido mano de hombre que haya podido curar, ni sanar y mucho menos detener esa plaga. Esa bestia llamada diablo metió en la vida de los primeros habitantes del mundo, la semilla del virus del pecado y a medida que la población fue aumentando sobre la tierra, también el pecado se multiplicó.

Ese virus maligno está acabando con los principios, con la moral, y sus resultados son la prostitución, el adulterio, la fornicación, etc. Con este virus aparecieron los primeros pervertidos, los homosexuales, las lesbianas, los primeros hombres que se ayuntaban con las bestias, degenerados, inmorales, sucios, corrompidos, porque el virus de la maldad se había metido a su sangre, y esa plaga, la más terrible de las pandemias del mundo ha llevado a millones y millones al infierno eterno, porque han rechazado la Palabra de Dios y a Jesucristo el Hijo de Dios, Él es el único que puede sanar y salvar al hombre de esa plaga del pecado. El diablo emprendió en el mundo grandes empresas como son los expendios de droga, de alcohol, de licores, y todo lugar de degeneración, porque el hombre nace infectado por esta pandemia inmunda; la Palabra de Dios nos dice que “la paga del pecado es muerte” (Romanos 6:23).



En cierto país oímos una noticia espeluznante, que ya no hay espacio para meter más pandilleros, más ladrones, más criminales, las cárceles están atestadas y los gobiernos en lugar de promover la predicación del Evangelio, de facilitar y abrir puertas para que se predique a través de la radio, la televisión, se resisten, hasta se persigue el único antídoto que puede curar esta pandemia del mundo. Millones han sido presos, los reclusorios de personas con problemas mentales también están sobrepasando su capacidad, hay un aumento de maldad, mientras más se acerca el levantamiento de la Iglesia, más maldad habrá, más inmoralidad, más pornografía, más suciedad, pero “cuando el pecado abundó, sobreabundó la gracia” (Romanos 5:20). Y donde el diablo ha metido sus garras y su hocico, allí el Señor ha metido su mano para salvar, para libertar, para romper las cadenas del pecado y de la muerte.

Dice la Palabra de Dios que esto se trasmitió a todos los hombres, todo el que nace ya está infectado por el pecado, por eso ya hay personas de 6 o 7 años que son borrachos y drogadictos, y estamos llegando a un punto tan peligroso, tan delicado, tan insoportable en la tierra, que ya estamos viendo prostitutas de 7 u 8 años, estamos oyendo por los medios noticiosos, la prostitución infantil.

La ciencia ha aumentado y la Internet bien utilizada es una maravilla de Dios, pero a muchos, Satanás ha corrompido en sus propias habitaciones, les ha trasmitido el veneno de la corrupción, el veneno de la inmoralidad, el veneno de la prostitución, de la pornografía; lo triste, lo lamentable de esto no es solamente a los pecadores que no tienen a Cristo, lo lamentable de esto es que en esta avalancha de suciedad, que el mundo le está haciendo presión a lo moral, a lo limpio, a lo puro, hay una avalancha que va arrastrando los principios morales que quedan y muchos jóvenes, jovencitas y hasta damas y caballeros ya de edades, donde pudieran distinguir y rechazar estas cosas están cayendo en esas garras de la pornografía.

También hay tantas iglesias que en los cultos no pueden ni alabar, ni predicar, la gente va a dormirse allí, porque están atados por la pornografía, atados por las novelas, por películas corrompidas que han destruido la moral del hombre. Ese virus se apoderó del mundo y fue tomando tanta fuerza que se vino a convertir en “el imperio de la muerte” (Hebreos 2:14). Cristo vino a la tierra después de miles de años de haber creado al hombre, vino a buscar y a salvar lo que se había perdido, vino a enfrentársele, y para enfrentarlo tuvo que nacer como cualquier ser humano, tomar forma de hombre, hacerse hombre de carne y huesos y venir a vivir aquí como cualquiera de nosotros, excepto sin pecado, para enfrentar y vencer al que tenía el imperio de la muerte.


El Señor dice a través del profeta Ezequiel 18:23, leemos: “¿Quiero yo la muerte del impío? dice Jehová el Señor. ¿No vivirá, si se apartare de sus caminos?”; y en Ezequiel 18:32 nos dice: “Porque no quiero la muerte del que muere, dice Jehová el Señor, convertíos, pues, y viviréis”. El Señor profetizó a través del profeta Oseas, hablando del imperio de la muerte y dice: “De la mano del Seol los redimiré, los libraré de la muerte. Oh muerte, yo seré tu muerte; y seré tu destrucción, oh Seol; la compasión será escondida de mi vista” (Oseas 13:14). Antes de nacer el Mesías prometido, ya el profeta había recibido revelación de Dios, que la muerte sería destruida en las manos de aquel que vino a enfrentarse al imperio de la muerte. Y esto vino a cumplirse porque el escritor a los hebreos dice lo siguiente: “Así que, por cuanto los hijos participaron de carne y sangre, Él (esto es Cristo)también participó de lo mismo, para destruir por medio de la muerte al que tenía el imperio de la muerte, esto es, al diablo” (Hebreos 2:14).

Cristo vino a la tierra, nació en un pesebre, donde habían asnos, bueyes, vacas, en medio del estiércol, abandonado, pobre, porque la Palabra dice que “por amor a vosotros se hizo pobre, siendo rico (Él se hizo pobre, pero con un propósito), para que vosotros con su pobreza fueseis enriquecidos” (2 Corintios 8:9). Nació como pobre, vivió como pobre, no tuvo donde recostar su cabeza, rehusó todo porque el vino a buscar y a salvar lo que se había perdido.

Todos conocemos la historia, los que servimos a Cristo sabemos cómo fue su vida que siendo un niño de escaso un año y medio o dos años, ya las persecuciones de muerte estaban detrás de Él. Fue creciendo en medio de una batalla de incomprensión, de luchas, de desvelos, pagando un precio para poder dar el golpe certero allí en el calvario. Él tenía que pasar aquí en la tierra muchas noches de desvelo para ver la derrota de su adversario concretada, tenía que pasar noches, días de hambre, de sueños, de escasez, de persecuciones. Cristo fue creciendo, peleando esa batalla. La Biblia dice que en los montes pasaba las noches, muchas de esas noches fueron pasadas en los montes fríos, el sereno, picado de los moscos, de las hormigas, vivía una vida incómoda, una vida terrible, opuesta a todo lo que vivía la sociedad en su tiempo, pero sus ojos estaban puestos en el calvario para darle un certero golpe a su adversario, a su enemigo que lo había perseguido ya por más de 30 años.

“Por cuanto los hijos participaron de carne y sangre, Él también participó de lo mismo”; tuvo que venirse del cielo a nacer como hombre, habitar aquí como un ser humano con necesidades, a llorar, a reír aquí en la tierra consciente que tenía que pelear la más cruenta de las batallas para poder derrotar al que tenía “el Imperio de la muerte”, eso era pagar un precio para ver las cosas hechas. Ahora sabemos que para echar mano de la vida eterna y de la bendición hay que pelear una batalla fuerte en esta tierra.

Él se hizo hombre y tomó esa forma y participó de ese cuerpo, de esa carne, de esos huesos, de esa sangre para poder destruir por medio de la muerte, porque Él tenía que morir en la cruz del calvario, ese era su final, tenía que morir en la cruz del calvario para poder destruir con su muerte al que tenía “el imperio de la muerte”. Cuando llegó la noche anterior, esa noche terrible de agonía en el Getsemaní sus poros se reventaron por la presión que había de la batalla sin cuartel que tenía que enfrentarse, la sangre corrió en su agonía, de sus poros salían como grandes gotas de sangre. Cuando llegó la hora, se enfrentó a los enemigos, lo llevaron a la cárcel y allí fue juzgado para luego posteriormente pasar a aceptar la muerte de cruz que estaba esperando porque allí se iba a pelear esta gran victoria, ¡la batalla la tenía ganada!


 Allí en la cruz Cristo se enfrentó en el madero contra principados, contra potestades, contra gobernadores de las tinieblas de este siglo, contra huestes espirituales de maldad en las regiones celestes; allí estaban esperando golpear su cabeza. “Y despojando a los principados y a las potestades, los exhibió públicamente, triunfando sobre ellos en la cruz”, Colosenses 2:15. Cristo despojó a las potestades, a los gobernadores, les quitó su autoridad; los despojó, los derrotó y los venció, públicamente, ¡públicamente! Para que no quedara vestigio secreto, que no quedaran dudas de quién había vencido, allí venció la muerte, allí venció al diablo en aquella gran batalla del calvario, venció al que tenía el Imperio de la muerte, fue vencido; y esa sangre preciosa que salía de su cuerpo mientras moría, esa sangre se convirtió en una fuente carmesí que limpia el pecado del hombre.

¡Cristo derramó su sangre! Y esa sangre desde aquel día hasta ahora, sigue limpiando. Él fue llevado a la tumba después de morir, ya había vencido al que tenía el imperio, pero le faltaba vencer la muerte y allí fue a la tumba. Al tercer día resucitó de los muertos, la muerte no lo pudo retener, la tierra tembló, las piedras se sacudieron, se levantó aquel que venció por la eternidad de la eternidad. ¡Cristo es el vencedor! ¡Cristo venció la muerte, Cristo venció al diablo! ¡Venció al que tenía el imperio de la muerte! ¡Lo derrotó! ¡Él venció! Y llevó en su cuerpo las enfermedades, y creemos en ese Cristo que resucitó de los muertos, si creemos en aquel que venció al diablo y a la muerte.


Amigo, usted está atado porque quiere, es presa del alcohol porque quiere, es presa de la droga, de la prostitución, de la mentira, de la trampa, de la falsedad, de la hipocresía, de la hechicería, de los agoreros, de los brujos, pero Cristo nos dice: “Conviértase de sus malos caminos y vivirá”. Si usted cree en Él acéptelo como su Señor y Salvador personal. ¡Dios le bendiga!





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