La tierra prometida

miércoles, 23 de noviembre de 2011

Testimonio: Iván Gómez “Dios me regaló la vida eterna”


Junto a sus seis hermanos, vivía en Lima. La familia Gómez nunca quizo escuchar la palabra de Dios, que a menudo les predicaban.
A los seis meses de edad, los médicos le encontraron a Iván una enfermedad incurable y no le dieron esperanza de vida.
Un cristiano, sin conocerle le dijo a su  padre, que era por el pecado suyo que su hijo estaba enfermó, y que si se arreglaba con Dios, Él lo iba a sanar.
En una noche que su papá Felipe le tocó  cuidar a su hijo, recordó lo que le predicaron y al recordarlo se humilló ante Dios, rogándole que sanara a su hijo.
 Luego de un rato, se quedó profundamente dormido, al despertar se dio con la sorpresa que su hijo estaba diferente. Al pequeño Iván se le notaba sonriente, ya comía, se movía con normalidad. Su padre supo que Dios había hecho el milagro.
Gracias al programa La Hora de la Transformación que se emitía por una hora en el canal 13, es que se enteran de una iglesia donde se predicaba la sana doctrina y allí comenzaron a congregar.
Las cosas parecían marchar bien, Dios había levantado la familia Gómez. Pero Iván ya cursaba la etapa de la adolescencia. Las dudas lo atacaban.
En casa era una persona, y en el colegio otra. Intentaba fingir para quedar bien ante sus amigos y conocidos.
Su entorno influenció mucho para su cambio de actitud, hasta se escapaba de la escuela y de la casa en las madrugadas para ir a las fiestas.
A los 18 años, un mes antes de culminar la etapa escolar, un leve dolor en el brazo lo comenzó a preocupar. Con los días aumentaba, y las pastillas ya no hacían efecto.
La prueba
Al ir al hospital, le dijeron que tenían un tumor que lo podían extirpar. Pero por una huelga no lo pudieron atender. Al pasar el tiempo, el tumor había crecido y tenían que trasladarlo a neoplásicas.
Al hacerle los análisis, resultó que poseía un tumor maligno en su extremidad superior que se convirtió en cáncer. Tenían que amputárselo antes que llegue al corazón.
Pero en la siguiente cita médica, antes de pasar a la sala de operación, los médicos llegaron a la conclusión que ya no podían hacer nada, el cáncer se había propagado. Sólo le quedaba esperar la muerte.
En medio de su miedo de perder su  brazo, oró al Señor y le dijo: Dios yo te fallé, perdóname. Yo me arrepiento de todo lo que he cometido, ahora haz lo que quieras conmigo.
Lamentablemente los doctores tuvieron que amputarle el brazo.
Pero a pesar de la discapacidad, tuvo una rápida recuperación, y aún convaleciente, creyó que su vida le pertenecía a aquel que tuvo misericordia, a Dios.
Actualmente, la ausencia de su extremidad no impide que viva por Cristo y le entregue su vida a Él.
Hoy, es obrero de la iglesia en Palcazu – Ciudad Constitución de la selva central peruana.

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