La tierra prometida

jueves, 17 de noviembre de 2011

Nosotros no somos de los que retroceden


Rev. Luis M. Ortiz
“Pero nosotros no somos de los que retroceden para perdición, sino de los que tienen fe para preservación del alma.” Hebreos 10:39.

Amados, para la gloria de Dios, podemos decir que esta Obra del Movimiento Misionero Mundial, marcha adelante, siempre adelante.

Las almas son salvas, los enfermos sanados, milagros son obrados por el Señor, los hermanos reciben el glorioso bautismo en el Espíritu Santo, nuevas obras o iglesias son levantadas, el cuerpo ministerial aumentando continuamente, la obra misionera y de evangelización operando con toda intensidad, nuestras congregaciones crecen con almas que alcanzamos con el trabajo personal, la visitación en hogares inconversos, con campañas evangelísticas, con la oración y la intercesión, con la enseñanza de la Palabra de Dios, con la doctrina sana y con el testimonio limpio, con la vida de santidad.

Además, hay creyentes retirados de sus congregaciones mundanalizadas y sus púlpitos llenos de adulterio, de divorcios y recasamientos, de superficialidades, de teoterapias, de psicoterapias, de psicosomoterapias, de una consejería pastoral acomodaticia, liviana, ecuménica, mundana e ineficaz; pues claro, estos creyentes retenidos en sus hogares llegan a saber que todavía “hay bálsamo en Galaad” (Jeremías 8:22), que todavía hay verdaderos hombres de Dios llenos del Espíritu Santo, llenos de la Palabra de Dios, que predican más y mejor con sus vidas santas que con palabra floridas, académicas, de “humana sabiduría”, sofisticadas, vacías y muertas; y es comprensible que estos creyentes frustrados, al llegar a nuestras congregaciones llenas de la Palabra de Dios, y del poder del Espíritu Santo, llenas de vida espiritual, llenas de la presencia de Dios, de la gracia del Señor Jesucristo, de la unción fresca y vivificante del Espíritu Santo, pues, soliciten quedarse, rueguen quedarse en nuestras congregaciones.



Nosotros no buscamos, no inquietamos, no ofrecemos nada a nadie. Cuando llegan creyentes frustrados por varias ocasiones, ellos hablan con nosotros, o nosotros hablamos con ellos, una y varias veces y nos afirman que ellos no desean regresar de donde salieron por causa de la paupérrima situación espiritual y por la abundancia de la mundanalidad y de pecado que prevalece en las congregaciones de donde salieron. Nuestros pastores les piden una carta de su anterior pastor. Hay pastores que le entregan una carta de traslado, hay otros que no lo hacen, pero estos creyentes frustrados de donde salieron, siguen asistiendo a nuestras congregaciones, y al dar prueba de su testimonio personal, eventualmente son recibidos como miembros de la congragación.

Desde luego, cuando llegan y se quedan, tampoco los nombramos copastores, ni tesoreros, ni secretarios, ni diáconos, ni superintendente de Escuela Dominical, ni maestros, ni presidente de caballeros, ni de damas, ni de jóvenes, ni de niños, ni líderes de nada. Ellos quedan felices en observar, en comparar, en nutrirse espiritualmente, en edificarse, en fortalecerse, en aprender, en vencer, en regocijarse y en servir al Señor conforme a la Palabra y a la voluntad de Dios, y “aguardando la esperanza bienaventurada y la manifestación gloriosa de nuestro gran Dios y Salvador Jesucristo” (Tito 2:13), porque cualquiera “que tiene esta esperanza en Él, se purifica a sí mismo, así como Él es puro” (1 Juan 3:3).

En el mes de noviembre de 1983, mientras oraba, el Señor habló a mi espíritu, y me dijo que Él había levantado esta Obra, no solo como una Obra de vanguardia, para ir a donde otros no van, y fundar nuevas congregaciones, pero también como un Refugio para mucho pueblo que Él tiene, muchas ovejas que le aman, pero que donde están tiene hambre de la Palabra de Dios, y sed del agua del Espíritu Santo. También me dijo el Señor, que Él los seguirá sacando de esos desiertos espirituales y los irá llevando a donde reciban el Pan de la Palabra, y el agua del Espíritu Santo. ¡Gloria a Dios!

Y a Dios damos toda la gloria y la honra por ayudarnos a mantener los principios bíblicos y cristianos, y los conceptos y convicciones, y la sana doctrina que emanan de las páginas de la Santa Biblia con respecto a la bendita Obra de Dios; todo lo cual aprendimos de los pioneros de Pentecostés que vinieron de Puerto Rico en al año de 1916, de los cuales algunos fueron pastores nuestros en nuestra niñez, adolescencia y juventud, tanto de mi esposa Rebeca, de mi persona, y de nuestras respectivas familias.

Y aunque hoy día, muchísimos que ayer vivían a la altura de la Palabra de Dios hoy menosprecian y ridiculizan aquella enseñanza y aquella sana doctrina, y por consiguiente también se burlan de aquellos nobles y santos Pioneros, nosotros, aunque también recibiendo el vituperio de “los liberalizados” de la santidad y esclavizados de las tinieblas, para la gloria de Dios y bendición de nuestras almas podemos decir que estamos firmes, y retenemos la doctrina que hemos aprendido (2 Tesalonicenses 2:15), y tenemos cuidado de nosotros mismos y de la doctrina, persistimos en ello, pues haciendo esto, seremos salvos, como también los que nos oyeren (1 Timoteo 4:16).

Porque “no somos de los que retroceden para perdición, sino de los que tienen fe para preservación del alma” (Hebreos 10:39). ¡Gloria a Dios! Amén.


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